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Obras detenidas, negocios perdidos: el otro rostro de Avelino Cáceres

20 de mayo del 2025

 

A las cinco de la mañana, cuando el cielo todavía bosteza en tonos azules, Juana Mamani acomoda las últimas cajas de mandarinas en su puesto del Mercado Las Convenciones. El olor cítrico, que antes anunciaba un día de ventas, hoy solo le recuerda cuántos kilos se le malograron la semana pasada.

“Antes de las lluvias, esto estaba lleno desde las 4. Hoy parece feriado”, dice con una sonrisa resignada, mientras con la otra mano espanta las moscas. Las cajas de paltas, que llegaron hace tres días desde Moquegua, empiezan a mostrar manchas negras. Nadie quiere comprar palta madura si puede encontrarla fresca en otro lado. Pero el problema es que ya no llegan clientes. Ni camiones. Ni esperanza.

 

Todo empezó con la caída del puente Ernesto Ghunter, ese viaducto polvoriento que tal vez pocos notaban, pero que era el cordón umbilical entre el mercado y el resto de la ciudad. Una madrugada de febrero, las lluvias se lo tragaron. Desde entonces, los comerciantes están atrapados entre el agua que se fue y la burocracia que no llega.

 

“Ese puente era nuestra vida. Sin él, estamos muertos”, dice Luis Condori, de la sección de papas, sin levantar la vista del saco que trata de salvar del moho. “Nos prometieron arreglarlo en marzo. Luego en abril. Ahora dicen julio.”

 

La historia del puente tiene giros propios de una novela de realismo político: primero fue una reparación, luego una demolición, más tarde un expediente técnico que aún “está en evaluación” y finalmente, un proyecto que se ejecutaría —si todo sale bien— en pleno invierno. Julio, dicen las autoridades. Agosto, tal vez.

Mientras tanto, la fruta se pudre, las papas se fermentan, los clientes desaparecen y los comerciantes —algunos con más de dos décadas en el negocio— miran cómo sus vidas se vacían como cajas al final del día.

 

Obras sin plan, ventas sin rumbo

Pero el puente es solo una parte del problema. A pocas cuadras, en la avenida Andrés Avelino Cáceres, otra obra se abre paso entre promesas incumplidas y montículos de tierra. Los trabajos viales, iniciados sin señalización ni desvíos adecuados, han convertido la zona en un laberinto de caos, bocinazos y polvo.

Marcelo Flores, presidente del Centro Comercial Gratersa, cuenta que hablaron con el alcalde hace meses. Les prometieron empezar las obras para el aniversario del distrito. “Pasó el aniversario, luego el verano, y de pronto llegaron con maquinaria sin decir nada. Un día vinimos y ya no había paso.”

“Sin señalización, sin rutas alternas, sin diálogo. Así no se hacen las cosas”, dice, señalando una fila de taxis que tocan el claxon sin moverse un centímetro. “La gente se cansa. Ya no viene. Nosotros nos quedamos con la mercadería.”

 

Flores, como muchos otros, no se opone a las obras. De hecho, reconoce que son necesarias. Pero exige planificación, algo que parece un lujo en la administración pública. “¿Tan difícil es avisar? ¿Tanto cuesta poner un cartel, hacer un plan de desvíos?”
 

Nueva Esperanza, es más que un mercado. Es una red viva de familias, estibadores, comerciantes, agricultores que traen productos desde la costa, la sierra y la selva. Aquí convergen historias de todo el Perú en forma de plátanos, papas, sandías, choclos. Es un lugar donde cada saco cuenta una travesía.

Pero ahora, todo está en pausa. En el silencio de los pasillos vacíos, se escucha el eco de una pregunta que nadie responde: ¿cuándo volverá la gente?

“Después de la pandemia pensábamos que lo peor había pasado”, dice Rosario Huamán, acomodando plátanos en una mesa que ya casi no necesita limpiar. “Pero esto es peor. Porque no es una enfermedad lo que nos mata. Es la desidia.”

 

Desde el municipio, el alcalde Víctor Hugo Rivera ha dicho que el financiamiento del nuevo puente ya está garantizado: S/ 1.8 millones. Que la obra comenzará en julio. Que será rápida. Que será segura. Que será.

También mencionó que evaluaban hacer un paso provisional con tubos y tierra. Algunos comerciantes se ofrecieron incluso a ayudar. Quieren trabajar, no pelear. Solo quieren que los escuchen.

 

En los días de más bronca, algunos recuerdan que durante campañas electorales los alcaldes recorrían el mercado como si fueran clientes. Hoy ni aparecen. El mercado ha quedado fuera del radar político. Como si vender fruta no contara. Como si el hambre no votara.

 

Por: Daniel Huayto Ruiz

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